Hay corredores que no aguantan el maratón. Atletas cuyo amor con la distancia de Filípides resulta imposible porque acaban con malas sensaciones y registros decepcionantes. Y no es que se trate de malos deportistas. En absoluto. Sin embargo existen naturalezas, fisiologías, metabolismos que no se adaptan a los 42,195 kilómetros, que se estrellan contra el muro de forma inexorable. Gente que se rinde ante la evidencia de que, por mucho que se entrene, jamás alcanzará la condición de especialista en esta prueba.
Cuántas veces nos hemos llevado las manos a la cabeza al saber que fulanito, con 1.18 recién hecho en media, las pasa canutas para bajar de 3 horas. O al darnos cuenta de que menganito, magnífico competidor de 5.000 ó 10.000 metros, se atasca irremediablemente en la carrera más larga del calendario olímpico.
Pongamos nombres y apellidos al fenómeno.
Hablamos de gente como, por ejemplo, de Zersenay Tadesse, el eritreo afincado en Madrid que lleva cuatro maratones, dos de ellos no finalizados, y los otros dos con marcas ridículas (2.12:03 y 2.10:41) para todo un plusmarquista mundial de media. Y es que la cosa tiene miga: ¿cómo es posible que un tipo con 58:23 en 21,097 kilómetros sea incapaz de tolerar ritmos que le hacen cosquillas en un rodaje largo?
O el norteamericano Dathan Ritzenhein, autor de una marca de 12:56.27 en 5.000 metros y de 60:00 en media, pero impotente a la hora de descender de 2.09:55, un registro asequible para corredores de mucha menor calidad. Y eso que lleva la friolera de 10 maratones en las piernas, incluida alguna participación olímpica.
En España tenemos a nuestros propios maratonistas frustrados. Mariano Haro, el hombre que en los años setenta –cuando no se sabía ni qué era la EPO– corría en 27:48.14 los10.000 metros, no cuajó en maratón, pese a mostrar aptitudes en ruta, aunque en distancias más cortas. Tampoco Antonio Prieto hizo gran cosa en su mejor intento: 2.16:28 es un botín bastante pobre para quien, poco tiempo después, fue capaz de acreditar 27:37.49 en 10.000 metros.
Hay razones científicas, sin duda, para explicar estos flojos desempeños. Que si las grasas, que si el glucógeno. Pero no socavemos con química la magia de los 42 kilómetros y 195 metros. La naturaleza es muy sabia. A veces las cosas no salen como esperamos y es peor buscarle motivos.
Quizá el misterio es, precisamente, el encanto del maratón, más que una prueba, un fetiche; un reto descomunal donde –a imagen y semejanza de la vida misma– dos y dos no son exactamente cuatro, y cada cual se enfrenta a sus propias limitaciones.
Fácil, lo que se dice fácil, no es. Os recuerdo que el primero que corrió un maratón se murió :D.
Sería interesante que en este artículo se mencionaran esas razones científicas en vez de dar como razón la «magia»…
Es una pena por que así todo el texto se que da flojo y lejos de ser un homenaje a gente que no lo ha logrado, pasa a ser un montón de palabras sin sustancia.
hay una cosa a tener en cuenta Juan Manuel la fisiología no es lo mismo que las matamáticas(exactas), si eso fuera todos seriamos iguales.Para mi a corredores de talla y marca parece que se les está exigiendo el todo en su primera marathon y cuando no logran el objetivo se crea una experiencia frustrante en la distancia.Para mi seria de que el entrenador y managger le apunten a ún tiempo aceptable que le dé un buena confianza al corredor y de ahí plantearse objetivos más grandes.Si esto no resulta seria fundamental analizar meticulosamente el proceso de trabajo e incluso realizarle modificaciones con base en objetivos programados a lograr en mediano y largo plazo.