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Leo el blog de Phoebe Wright (25 años, norteamericana, 1:58.22 en 800 metros) sobre las penurias del atleta de élite para lograr una cita íntima, y me maravillo. Pardiez, nunca me había planteado tamaña cuestión. Y no porque uno vaya de sobrado en el sexo, ¡no por Dios!, es que jamás, ni por un segundo, me había puesto en la piel de un atleta profesional en celo.

Yo pensaba, más bien, que los olímpicos -igual que los actores- se comían roscas como nadie; y hasta es posible que siendo adolescente, un millón de años atrás, fantaseara con las ventajas erótico-sociales del ganador. Me crié, en sentido deportivo, creyendo que Bob Beamon pasó la noche de antes de saltar 8,90 metros con una morena escultural, y daba tal veracidad a la historia, que donde algunos ven un golpe de riñón milagroso que le impulsó al récord del mundo, yo veía otra cosa.

Por no hablar de Usain Bolt, quien al parecer tiene sacárselas de encima, porque agobian al muchacho:

-¿Sandra Bullock y Heidi Klum? -comenta con tono de aburrimiento en su autobiografía que, como todas las autobiografías contemporáneas, no está escrita por él-. Bueno, sí. Se arreglaron una noche en Los Ángeles y estaban guapas, ¿a quién le desagradan Sandra y Heidi?

Si a eso le sumamos que el malogrado Samuel Wanjiru murió, supuestamente, tras saltar por la ventana de su propia casa donde estaba poniéndole los cuernos a su mujer, y que Nick Symmonds se pasó un año tirándole los tejos a Paris Hilton, pues qué quieren que les diga. Yo creía a pies juntillas que los campeones tenían mucho más éxito que las personas de a pie, y que los consejos de Zenon Jaskula, aquel ciclista polaco que en 1993 fue tercero en el Tour de Francia («Para competir hay que renunciar al sexo tres semanas antes»), eran una excusa para que su chica no anduviera celosa con el trasiego de hoteles y viajes.

Pero va y la mediofondista Phoebe Wright nos desmonta el mito; nos dice que a un profesional le cuesta ligar, que casi hemos de tenerle lástima. ¿Lástima? Analicemos. Se queja esta mujer -ni bombón, ni adefesio- de que todos le huyen porque no bebe, ni fuma, ni se desmelena. Que se acuesta cada día antes de las once. Que no baila para prevenir lesiones, especialmente si ha realizado sesión doble. Que los fines de semana hace largos o competiciones. Que con el paso de los años, su entorno se ha poblado de deportistas profesionales que parlotean de ritmos, distancias, tiempos y carreras, vamos, que son un coñazo. Y que entre julio y septiembre vive tres meses consecutivos en Europa, donde se corta el bacalao de los grandes mítines, rodeada de varones de entre 20 y 30 años con su mismo estilo de vida. Un cóctel perfecto para espantar a cualquier pretendiente ajeno a las pistas.

Hombre, mirándolo así, una chica o un chico de vida sedentaria, incluso que practique deporte ocasionalmente, tiene más posibilidades de triunfar, sexualmente hablando; no digamos de encontrar pareja convencional.

Pero también es cierto que la mayoría de deportistas de alto nivel -excluido Tsegay Kebede y aledaños, of course-, tienen, a efectos de carrocería y según la especialidad que practiquen, un físico privilegiado. Ellas y ellos. Y mucho más apetitoso y proporcionado que los ciclados de gimnasio o las chonis de pilates (quedan excluidos todos los ciclados y chonis que me estén leyendo, faltaría más).

Además, la élite posee un Factor X nada desdeñable; el atractivo intangible, pero excitante para mucha gente, de ser una cara conocida, quizá con más dinero e influencia que el común de los mortales, un gladeador o gladeadora contemporáneo que despierta al animal que llevamos dentro. Los futbolistas y las jugadoras de voleibol saben bien de lo que hablo, porque las estadísticas dicen que nadie alterna como ellos.

Así que, menos lobos, Phoebe. Yo sigo creyendo que un deportista profesional tiene, como mínimo, las mismas oportunidades físicas y químicas en el mundo del amor que cualquier otro menda y, en cualquier caso, por monacal que sea su vida, la ratio de ligues estará en función del tipo de persona que uno sea y de lo que busque. Dicho en otras palabras: aunque Bolt corriera menos, rompería más corazones, es una impresión visual, que Mo Farah. Y Darya Klishina que María Mutola. Y Andreas Thorkildsen que el bíblico Jonathan Edwards. Por lo que respecta a nosotros, anónimos peatones del atletismo, eternos perdedores de todas las carreras que se emprenden con las piernas, nos queda el consuelo de dos esperanzadoras verdades en el sexo. Una, que frente al hombre o la mujer que nos pone, más vale maña que marcas. Y la otra, que no por mucho correr, se folla mejor.

Feliz Navidad y, recuerden, entre San Silvestre y San Silvestre hagan el amor, y no la guerra.

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Licenciado en Periodismo y corredor practicante (cada vez más lento) a razón de 4/5 días por semana. Ha desempeñado diversas responsabilidades en instituciones públicas, siempre en el área de comunicación, y ha participado en los equipos de prensa de varias campañas electorales autonómicas, nacionales y europeas. Autor del libro "El Derecho a la Fatiga", un estudio sobre el dopaje en las carreras de fondo y mediofondo.

8 Comentarios

  1. Jajaja, hay que reconocer que me ha llamado la atención el título del artículo,por un momento pensé que se habían equivocado jaja
    Muy buen artículo, así me gusta información sin tapujos.
    Saludos.

  2. Yo que creia que ibas a hacer una ritmos, como uno que yo me se,,,
    «Los runners no echamos ni polvos largos, ni cortos ni normales… los runners follamos a ritmo de 5K, 10K o Media Maraton si me aputas»
    jajaja, buen articulo

  3. Según un estudio sobre Londres 2012…. no se puede decir que el mundo olímpico viva en el celibato precisamente, según parece en la vila olímpica de cada olimpiada se desarrollan otro tipo de maratones… asi que dígale a esta señorita que menos lobos caperucita

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