Doce hermanos. Minifalda. Nacido en un sitio que se llama Knockeenahone. Con esos antecedentes cocinamos al personaje de hoy: Cornelius «Neil» Horan es un sacerdote irlandés tristemente célebre por haberse colado en la vida del brasileño Vanderlei de Lima cuando iba imparable hacia el título de campeón olímpico de maratón. Pero no era, ni mucho menos, la primera incursión de Horan en el mundo del deporte, ni su última extravagancia mediática. Ni lesiones, ni ácido láctico ni nada: pasen y vean a la pesadilla de todo atleta profesional.
Cornelius «Neil» Horan tiene muchos motes, algunos de ellos ganados a pulso como «El Sacerdote Bailón» o «El Sacerdote del Gran Premio». Nació un 22 de abril de 1947 a la cabeza de una maraña de trece hermanos en Knockeenahone, gaélica procedencia dentro del condado de Kerry. Respondió rápidamente a la llamada de lo divino y lo ultraterreno: aliñó sus estudios de sacerdocio en la St. Peter’s College de Wexford con su pasión por las teorías proféticas del fin del mundo, una mezcla explosiva destinada a triunfar, de aquella manera, en el mundo del deporte. Horan ha escrito varios libros, desde «Un glorioso nuevo orden mundial que va a llegar muy pronto» hasta «Dentro de poco Jesucristo le quitará el poder a todos los gobiernos». Ya en sus mejores librerías.
SILVERSTONE 2003: CORNELIUS PRUEBA CON LA FÓRMULA 1
Cornelius Horan ingresó en el sacerdocio de forma definitiva en 1980, pero parece ser que la meditación y la oración no eran lo suyo. Las tuercas de Cornelius iban saltando progresivamente al tran tran de las teorías proféticas, y durante años buscó un vehículo para poder darle mayor difusión a sus ideas. Y vaya que si lo encontró, un 20 de julio de 2003: al bueno de Horan no se le ocurrió otra idea que saltar al circuito de Silverstone, ataviado con un kilt escocés de esos que dejan las vergüenzas al aire a la más mínima ráfaga de viento, mientras los bólidos de Fórmula 1 disputaban el GP de Inglaterra. El sacerdote ondeaba un cartel en el que podía leerse: «Leed la Biblia. La Biblia siempre tiene razón». Todo esto en plena recta «Hangar», la de meta, con un atónito Antonio Pizzonia conduciendo un Jaguar a 320 kilómetros por hora. Por suerte, un providencial placaje de un miembro de seguridad, y una entrada a tiempo del safety car, consiguieron neutralizar la carrera kamikaze de Cornelius, saldada con una condena de unos meses de cárcel. Pero Cornelius no era un one-hit-wonder. El gran éxito de Cornelius Horan estaba por llegar.
Y ahora, en un pequeño flashback, nos vamos al Brasil de la década de los noventa. Más concretamente, a 1994: la liebre del maratón de Reims seguía corriendo y ganaba la prueba, para sorpresa del público, con una nada despreciable marca de 2:11.06 horas. Se trata de Vanderlei de Lima, joven trabajador criado en el seno de una familia brasileña humilde que, a partir de ese momento, empezó a columpiarse por todos los campeonatos internacionales que se le iban poniendo por delante: dos malas actuaciones en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96 (47º) y Sidney 2000 (75º) y dos títulos de campeón Panamericano. Internacionalidades jalonadas con un récord sudamericano de 2:08.31 en Tokio, además de con importantes victorias en grandes maratones. Poco sabía Vanderlei de Lima por lo que iba a ser recordado en la posteridad atlética.
ATENAS 2004: CORNELIUS HORAN CUMPLE SU PROFECÍA
Diez años habían pasado desde ese loco debut en maratón de Vanderlei, diez años durante los cuales la mente de Cornelius Horan había ido empeorando sensiblemente. Los Juegos Olímpicos de Atenas en el horizonte. Vanderlei de Lima sabía que era el momento de resarcirse en la alta competición, y llegaba como uno de los favoritos para hacerse con las medallas. Cada uno a lo suyo: mes y medio antes del evento, Horan había sido reducido por la policía antes de que pudiera meterse bajo las herraduras de los caballos de carreras del Epson Derby.
Y llega la parte de la historia que todos y todas conocemos: cuando ni siquiera habían llegado al medio maratón, el brasileño rompe la carrera mientras los demás favoritos (Baldini, Brown y Keflezighi) miraban sin poder hacer nada. Paul Tergat que no sabía ni dónde tenía la mano derecha. Cabalgada triunfal, y el brasileño que parecía disparado hacia su primera medalla internacional, todo un oro olímpico que habría hecho justicia con su trayectoria deportiva. Pero en el kilómetro 34 dos destinos se cruzan de manera abrupta: Cornelius Horan salta la valla de seguridad, cruza la calle y se lanza contra Vanderlei de Lima, estrellándose ambos contra el público. El todavía clérigo, ataviado con su ya reconocible traje verde, falda naranja demasiado corta y una pancarta en la que se leía: «La segunda venida está cerca, lo dice la Biblia». Firmado por «El Sacerdote del Grand Prix». Mandó a Vanderlei al suelo, y con él sus aspiraciones de ganar el oro olímpico.
Porque Vanderlei de Lima no estaba dispuesto a renunciar a su querido y trabajado oro tan fácilmente: mientras Horan era reducido por los presentes, el corredor se levantó con la ayuda del público y siguió su carrera en un espantoso y agónico retrato del triunfal ritmo que había llevado minutos antes. Roto, sin coordinación y con el dolor torciéndole el gesto, Vanderlei de Lima vio como el italiano Stefano Baldini y el estadounidense Mebrahtom Keflezighi le adelantaban a falta de pocos kilómetros para la meta. Pero supo rehacerse y, con un esfuerzo sobrehumano, se hizo con el bronce conteniendo al británico Jon Brown que repetía medalla olímpica de chocolate. Final amargo para el brasileño, y una multa de 3.600 dólares para Cornelius Horan, que, eso sí, pidió perdón.
A partir de ese día, las carreras de ambos se diluyeron. Vanderlei de Lima tenía ya 35 años y no pudo sino retirarse en los mundiales de Helsinki en 2005. El mismo año en que Cornelius Horan era excomulgado. Un año más tarde pidió permiso formalmente al organizador del maratón de Londres para bailar y protestar en el evento. Las últimas noticias del ex sacerdote nos llegaban a través de la televisión: Horan se presentó al concurso televisivo «Britain’s got Talent» para deleitar a los espectadores con una jiga tradicional irlandesa. Ni rastro de los eslóganes apocalípticos. Ni una palabra. Las enérgicas carreras del irlandés por el asfalto de Silverstone eran cosa del pasado y se mostraba callado, casi arrepentido, incluso equilibrado.
Vanderlei de Lima y Cornelius Horan. Dos vidas caóticamente entrelazadas en la memoria de los aficionados del atletismo para toda la eternidad.
Fotos | Filippo Monteforte