El atletismo es uno de esos deportes que funcionan como la montaña rusa, o como el cauce del Amazonas: es muy complicado encontrar una regularidad, estar siempre en buena forma y conseguir siempre buenos resultados. Empezamos hablando de la historia del alemán Sebastian Bayer, el prototipo de atleta irregular por excelencia: tan pronto bate una plusmarca europea como no se mete en la final de un campeonato continental. Sebastian Bayer no sólo tiene un récord de Europa en pista cubierta, también tiene un récord a la irregularidad.
Todos recordamos aquel campeonato de Europa, pero por si acaso nos ponemos en antecedentes: la ciudad italiana de Turín, ocho de marzo de 2009. El salto de longitud europeo lleva unos cuantos años huérfano de una gran figura que destaque por encima del resto, un saltador que tenga dominada la fiera de los ocho metros, y en este Campeonato de Europa no hay ningún claro favorito: está el británico Greg Rutherford (8.26), que no lo hace nada mal pero no termina de despuntar. Está también el griego Tsatsoumas, que tiene unas marcas de infarto (8.66) pero todavía no ha puesto un pie en un podium. Está el polaco Starzak, que no le conoce casi nadie, y también el sueco Torneus, que es un yogurín. Y los franceses Gomis y Sdiri, pero vamos, que ninguno lleva la corona de favorito y esto va a ser, como ya es tradición en los últimos años, un sálvese quien pueda.
Pero entonces aparece el alemán de la cresta. Sebastian Bayer, un atleta que había sido subcampeón europeo y que había pasado discretamente de los ocho metros (8.15 el verano de 2008) pero que, sinceramente, tampoco pintaba mucho. Mandó un aviso, eso sí, en la clasificación, saltando 8.12 en su tercer intento y pasando a la final con la mejor marca. Y una vez allí… la hecatombe. Un primer salto de 8.29 metros, marca personal, así para empezar. Y mientras su rivales y el resto del estadio se dejaban los cuernos en pasar de ocho metros y mantener la boca cerrada, respectivamente, coge Bayer y decide que pasa los próximos tres saltos.
Y nulo en el quinto, pero claro, que por allí por las cumbres del primer puesto no se le acercaba ni dios: su compatriota Nils saltó 8.22 y el polaco Starzak 8.18, pero Bayer tan tranquilo. Y coge el último salto y decide que va a hacer historia, que ya es hora: enfila una carrera de aproximación rápida pero no demasiado brillante. Eso sí, llega a la tabla (de ahí en adelante conocida como la Tabla Mágica de Turín) y despliega un tobillo digno de estar hecho de goma pura. Salto en extensión-pataleo, y aterriza lejos, muy lejos. En 8.71 metrazos más concretamente, llevándose el título de Campeón de Europa de pista cubierta y arrebatándole el récord de forma estrepitosa a nuestro Yago Lamela. Un caramelo para los aficionados que, además, vieron lo joven que era y no pudieron hacer más que pensar: «¡La que nos espera con este chico!»
Ya nos gustaría. A partir de entonces, empieza nuestra historia para no dormir de hoy: después de conseguir el récord de Europa, Sebastian Bayer puso todo su empeño en conseguir también el récord de irregularidad y que baje quien tenga que bajar y lo vea si no ha puesto todo su empeño en conseguirlo. Al aire libre, como era de esperar, se quedó algo lejos de su registro indoor (8.49 ese mismo año al aire libre) para protagonizar una bonita espantada en los mundiales de Berlín: llegaba allí como una de las grandes estrellas y esperanzas del atletismo nacional, y se fue con un noveno puesto en su serie clasificatoria y una marca de 7.98 metros. Pero, como el Guadiana, volvió a salir a la superficie y revalidó su título europeo de pista cubierta en París 2011, con registro más discreto, eso sí. Por aquel entonces ya se podía adivinar que al bueno de Sebastian le costaba horrores establecerse por encima de los ocho metros y ser lo que se denomina un atleta regular. Que no regulero.
Ese mismo año 2011, al aire libre, volvió a dejar escapar las medallas y una nueva oportunidad de instaurarse en la élite mundial. Fue en los mundiales de Daegu (Korea del Sur), y aquí sí que estuvo algo más regular sobre los ocho metros, pero sin conseguir ni de lejos acercarse a sus mejores registros. Pocas veces ha conseguido ubicarse a medio metro de sus estratosféricos 8.71 de Turín. En 2012, el alemán volvió a tirar de genialidad para proclamarse campeón de Europa al aire libre, pero le costó lo suyo: mientras nuestro Luis Felipe Méliz nos hacía la boca agua con sus 8.21 del segundo intento y se ponía primero, a Bayer le costaba entrar en la pomada. No fue hasta sus dos últimos intentos cuando saltó los 8.34 que le darían la victoria in extremis.
Pero las alegrías le duran poco al pobre Sebastian. Lo del europeo de Helsinki había estado bien, una bonita medalla, pero lo gordo se estaba cocinando un poco más abajo, en Londres: unos Juegos Olímpicos en los que tenía una oportunidad única para coronarse. Aquí, como en Turín dos años antes, no había grandes favoritos. Estaban los británicos Rutherford y Tomlinson, el sempiterno Mokoena, el ruso Menkov y el australiano Watt. Y mira que se vendió barato el oro olímpico, el inglés Rutherford con 8.31 metros, que Sebastian Bayer no fue capaz de ser un adulto y repetir lo que había hecho en Helsinki. Se quedó en una amarga quinta posición, saltando 8.10 metros en el único intento que hizo por encima de los ocho metros.
Historia para no dormir, la de Sebastian Bayer, que tan pronto revienta un récord de Europa como se borra de las grandes competiciones a nivel mundial como si no fuera con él la cosa. Su última espantada la protagonizó en los europeos de Göteborg este invierno, donde saltó unos más que discretos 7.91 para ser noveno de su serie clasificatoria, y habrá que ver lo que hace en Moscú este verano. Lo que está claro es que vamos a tener que esperar a otro milagro o aparición divina para ver esos 8.71 metros que nos dejaron con buen sabor de boca. Uno de los saltadores más impredecibles de los últimos años, con serias dificultades para hacerse respetar más allá de las fronteras del continente europeo. Podría recordarnos a alguien que le disputa el récord, el affaire que tiene un tal Irving Saladino con los nulos pero esa… esa es otra historia.