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Ésta es la primera vez que escribo un artículo sobre Usain Bolt. Confieso que en el año 2008 entré en shock al verle correr -¿o jugar?- con sus rivales en la final de 100 metros de los Juegos de Pekín, ésa que ganó en 9.69 parándose diez metros antes a celebrarlo, y tardé en recuperarme. Aquella progresión pantagruélica de un velocista que parecía más bien predestinado a los 400 metros rompía mis esquemas. Literalmente, no era capaz de poner nada por escrito porque servidor, ¡ja! que tanto cree saber de estas cosas, no sabía muy bien qué decir sobre el artista; temía que corriera de pronto en 9 segundos pelados y me dejase con cara de imbécil.

Ahora me voy recobrando gracias a la perspectiva del tiempo. Hay que ser justos. Bolt ha hecho mucho por el atletismo. Bolt es un ídolo gigantesco en todos los ámbitos, una bendición para cualquier deporte. No por capricho, y en un hecho sin precedentes en la historia de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF), el presidente Lamine Diack salió a poner la mano en el fuego por su limpieza, ahora que los velocistas jamaicanos tienen la molesta costumbre de dar positivo en los controles antidopaje.

Pero Bolt, no, hasta la fecha; y aunque se prepare con muchos de los tramposos, y sea vecino y amigo de varios de ellos, goza del beneficio de la duda. Así pues, por su dominio colosal, por su planta perfecta de héroe alto, fibroso y elegante, y porque además lo hace fácil, Bolt se ha convertido en el reclamo de los Campeonatos del Mundo que se disputan estos días en Moscú, como lo fue años atrás en ciudades con reciente etiqueta olímpica o mundialista: Pekín, Berlín, Daegu y Londres, entre otras.

No pasan, aparentemente, los años por el seis veces campeón olímpico. Correr en 9.77 bajo la lluvia y con viento ligeramente contrario como hizo el domingo es una barbaridad, sino fuera porque Bolt nos tiene acostumbrados a barbaridades. Su figura proyecta una sombra tan alargada que Justin Gatlin (¿qué hace gente como él o Dwain Chambers en Moscú?) llegó cerca, y sin embargo pareció un pigmeo.

Hay que reconocer que Usain se lo ha montado de cine. Es un showman con clase. Nada atrae tanto al público del siglo XXI como un ganador que se divierte mientras sus adversarios se dan de bruces con la realidad, con la aplastante evidencia de que están a años-luz, o sea, a centésimas-luz del plusmarquista mundial de 100, 200 y 4×100 metros.

Sin Usain el atletismo no sería igual. Ni siquiera a Puma le iría igual. No existe un icono de su tamaño. Los otros velocistas son más lentos y más feos, y sus monerías ante la cámara no tienen la misma gracia. Elena Isiabaeva, una comunicadora nata como ha demostrado con su triunfo en Moscú, no vende a ese nivel. Y Mo Farah, Ezekiel Kemboi, Britney Reese, Valerie Adams o cualquier otro atleta contemporáneo que se les ocurra, por muchas medallas que posea, carece de un carisma semejante. Bolt, por ello, es el último recurso de la IAAF para que este deporte no pierda comba en la lucha por los grandes patrocinios.

Pero esa misma dependencia convierte a Bolt en un arma de doble filo. Si algún día, por la circunstancia que sea, Bolt pierde (aclaro: más por demérito suyo que por mejora de sus rivales, que no creo que progresen hasta 9.58 después de lo de Tyson Gay y Asafa Powell) o decepciona en el ámbito moral (dopaje, escándalos varios), el atletismo se resentirá. No digo que vaya a hundirse, ni mucho menos, porque el atletismo es demasiado grande como para no sobrevivir a sus héroes. Pero perderá brillo, audiencias, espónsores. Pasará su propia crisis de identidad.

¿Quién saldrá en los telediarios, robando unos segundos a las noticias de fútbol, si no es Usain? El domingo mucha gente vio los mundiales por Bolt. El lunes mucha gente habló de atletismo por Bolt. Me alegro, pero tengan cuidado. No se pueden poner todos los huevos en la misma cesta. La máquina de los dólares de la IAAF está en manos de un muchachote que se entrena como una bestia, que trabaja como un titán, que compite como una fiera, pero va del palo de la juerga permanente, del desdén por el sacrificio y del cachondeo ante la responsabilidad. Que Dios se apiade de un deporte, qué diablos, de un mundo que no sabe fijarse en otros modelos de héroe.

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Licenciado en Periodismo y corredor practicante (cada vez más lento) a razón de 4/5 días por semana. Ha desempeñado diversas responsabilidades en instituciones públicas, siempre en el área de comunicación, y ha participado en los equipos de prensa de varias campañas electorales autonómicas, nacionales y europeas. Autor del libro "El Derecho a la Fatiga", un estudio sobre el dopaje en las carreras de fondo y mediofondo.

5 Comentarios

  1. Bueno, no veo que nadie haya dejado de ver el Tour después de lo de Armstrong. Y lo que dió de si ese hombre a nivel marketing para el ciclismo pocos lo han dado… Además, Bolt no solo es una máquina en las pistas. También sabe de marketing ( es más que evidente, tonto no es) y seguro que después de sus siguientes victorias gloriosas (probablemente en río 2016, de la misma manera que ha hecho Isinbayeba ayer mismo) se difumine dejando tras de si una leyenda…

  2. Es muy triste pensar que el atletismo lo hace grande un genio y no la multitud de corredores que cada fin de semana nos calzamos las zapatillas, esas que pagamos para que puedan las marcas patrocinar a los grandes, pagamos por participar en las carreras y sufrimos para mejorar cada uno sus marcas. Y no hablemos de los que pagamos nuestras licencias a la federación correspondiente para recibir el trato que nos dan. Con Usain

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