Comienzo mi diario de entrenamiento ahora que no tengo que entrenar.
Es momento para buscar nuevos objetivos.
Me gusta fijarme pequeños retos. Cumbres siempre un poco más altas, fuentes de motivación para mantenerse en movimiento.
Hace poco más de tres semanas estaba corriendo la Porto Maratona. A su preparación había dedicado tres meses, el mismo plan de 12 semanas que he seguido en los tres maratones que he corrido.
En los dos primeros había un objetivo principal: terminar en menos de cuatro horas. Y un plan B: terminar como sea. En el tercero me propuse bajar de 3h30. Como prólogo de mi diario, este es una pequeña crónica de mi tercera maratón.
¿Y después qué? Ya veremos...
7 Seconds.
Hace unos cuantos años, cuando aún corría con música, esta canción estaba en mi lista de reproducción. 7 Seconds. En aquella época la idea de correr un maratón me resultaba tan atractiva pero tan remota como la de ascender un ochomil. Con el paso del tiempo, los ochomiles se fueron haciendo más lejanos. Pero los ‘cuarentaydosmiles’ se mostraron como una meta tal vez alcanzable…
El año pasado tomé la decisión. Intentaría correr mi primera y probablemente única maratón. Porto fue la elegida. Primer objetivo sub4, segundo objetivo llegar a meta. Había preparado un plan para 3:45, ritmo 5:19/km. En aquella primera carrera decidí ser conservador y corrí a 5:30/km. Llegué a meta bastante entero en 3h54. Pese a ser mi primer maratón no tuve la sensación de haber sufrido en ningún momento. En realidad, más que una carrera, tenía la impresión de haber hecho una tirada larga más. Me quedó tan buen recuerdo que en la habitual oferta de navidad me apunté para el 2019. Habría una segunda vez. Pero en medio se cruzó la VigBay 42k. Porto 2019 sería entonces la tercera.
Llegamos a Matosinhos el Viernes por la noche. Busco un lugar para montar el campo base que me permita estar cerca de la salida y de la llegada. Por la experiencia del año anterior sabía lo mucho que facilita eso las cosas.
En una calle tranquila muy cerca de la anémona aparcamos la autocaravana. El sábado por la mañana la lluvia nos respeta. Damos un paseo por playa y comemos en la zona. Por la tarde no vamos a recoger el dorsal y a recorrer la feria. Veo en el plano de carrera que no hay referencia a suministro de geles en los avituallamientos, al contrario de los que había sucedido el año previo. Pregunto en información y me lo confirman: no habrá geles. Yo contaba con ellos. No había llevado ni mis geles ni nada donde portearlos!!! Recorro los stands y busco alguno de las dos marcas de geles que había tomado antes. No encuentro ninguno. Estupendo. Compro un pack de tres al azar y un cinturón para llevarlos. El vendedor me dice “oye, ya sabes lo que pasa, tomar geles que no conoces en plena carrera es jugársela…” y luego me suelta “pero bueno, tu no tienes pinta de que te vayan a sentar mal” (¿?). Me hace gracia el comentario, pero en el fondo yo también estoy pensado que da igual los geles lleve. A mi no me van a sentar mal. Eso no es una opción.
Nos vamos de la feria con unos flamantes geles y unos flamantes calcetines que te regalan con el dorsal. Por cierto, si voy a estrenar marca de gel, ¿no podría también estrenar calcetines? Ya lo veremos… Aunque en este caso la chica que me los dio no me dijo aquello de “… tu no tienes aspecto de que unos calcetines nuevos te vayan a fastidiar la carrera…”.
Turisteamos un poco por Porto. Nada más salir de la Alfándega, los niños dicen que quieren ver la famosa librería. Como amenaza lluvia, buscamos el camino más rápido con Maps. La supuesta mejor ruta resultó ser un montón de escaleras y cuestas. Justo lo que necesitaba para mis delicadas rodillas. Llegamos a Lello y nos encontramos gran cola para entrar. Pido instrucciones a los jefes y los niños dicen que pasan de hacer cola, así que seguimos paseando por la zona. Nos pilla un buen chaparrón y nos vamos hasta la parada del bus para volver a Matosinhos. La idea era buscar un restaurante por la zona, pero llegamos tan mojados a la autocaravana que ya no nos apetece salir. Nos preparamos la cena en la AC. Reviso todo el material. Coloco los geles en el cinturón (¿se caerán en carrera?). Aprovechando que la lluvia da una pequeña tregua, salgo a dar un paseo con el perro. Veo mucho humo en la glorieta de la anémona. Son puestos de castañas asadas que se colocan en la zona. Curioso.
De vuelta en la AC dejo todo preparado para mi desayuno habitual pre-carrera: un plátano, kéfir con avena, dátiles y miel y un termo lleno de té. Me levantaré a las seis para desayunar y no quiero despertar a la familia. Me despierto varias veces durante la noche por el ruido de la lluvia en el techo de la autocaravana. Según las previsiones, no debería llover durante la carrera, pero durante la noche cayó una cantidad de agua importante. No dejaba de pensar en esos maravillosos adoquines mojados…
A las 6 en pie. Desayuno y salgo a pasear con el perro por la zona de salida. Veo al personal montando todo el tinglado. Me gusta ver los preparativos, pero sigue lloviendo y me vuelvo a la AC. A las 8 me visto el traje de faena. Suelo correr con medias de compresión, pero en vista del agua que nos puede caer, decido llevar calcetines bajos. Pienso que me empaparé menos.
Ya se ve ambientillo por la anemona y las calles aledañas. Cojo algo de abrigo y me voy a la salida. A los cinco minutos de estar en la zona de salida veo que en realidad no hace frío, todo lo contrario. Tenía pensado dejar el forro en las vallas, pero en vista de que el tiempo mejora un poco, me vuelvo hasta la AC a dejar el forro. De paso troto un poquito. A eso de las 8:30 estoy ya preparado en primera fila del cajón B. Me acuerdo de las sensaciones del año pasado en ese mismo lugar. Unos días antes el fisio me había dicho que correr una maratón con las molestias que estaba arrastrando era una temeridad. Era además mi primera maratón. Me acuerdo de los motivado que estaba. Pensaba que iba a terminar mi primera maratón, sí o sí.
Esta vez, por el contrario, no conseguía entrar en ese estado de motivación. Creo que el ambiente en general estaba frío en la zona de salida. No percibía esa tensión que me gusta. Lo que sí tenía claro era la estrategia a seguir: correr sobre 4:55/km e intentar sub 3:30. Para mi, un reto. Había entrenado con el mismo plan del año anterior, con objetivo 3:45, pero ajustando al alza los ritmos. En la propia línea de salida tomo otra decisión que no tenía prevista, seguir al globo. Es algo que no suelo hacer. Estoy acostumbrado a entrenar solo y me gusta seguir mi propio ritmo.
Dan la salida. A los pocos metros me pego al grupo 3:30 y ya no lo dejaré hasta muchos kilómetros después. Enfilamos Boavista en pequeña pendiente de subida. Comienza el paseo por Matosinhos con una sucesión de pequeñas rampas de subida y bajada. En esta zona se hace incómodo correr en medio de tantos participantes. Tengo calor y espero el primer avituallamiento para hidratarme. Me saco la visera para ayudar a refrigerar un poco. En una recta nos cruzamos con la cabeza de carrera. Un grupo creo que de seis. Un gozada verlos correr.
Al paso por la glorieta de la anémona veo a la familia en la acera. Han madrugado los niños, se nota que están impacientes por la visita a los pingüinos del Sea Life.
Enfilamos la marcha camino de Porto. Ahora empieza la carrera. El ritmo es bueno, según lo previsto. Los globos hacen bien su trabajo, aunque hay pequeñas oscilaciones, puede que debidas al numeroso grupo que vamos juntos. Pienso en adelantar a los globos, mas que nada por evitar la aglomeración, pero como el ritmo me encaja, sigo dentro del grupo. Eso sí, por momentos hecho en falta un poco de ventilación.
Al pasar por la zona de la fortaleza me fijo en el tramo de adoquines que sé que tendremos que volver a pisar en la ruta de regreso, pero ya en pendiente de subida y con las fuerzas mermadas. En su momento veremos como gestionarlos. Por ahora todo marcha según lo previsto. Nos quedan unos km en llano y con buen asfalto hasta la zona del puente, donde pasaremos a la margen sur del Douro.
Llevo el reloj en modo predicción de tiempo previsto a meta. Tengo instalado un pequeño programa que me va dando el tiempo previsto de carrera desde la posición actual, calculado según el ritmo de los últimos 10 segundos. Todo según lo planificado: la pantalla va oscilando entre 3:26 y 3:28. Siguiendo uno de mis principios, “si funciona, no lo toques”, continúo detrás del globo.
Cerca del km 20 me tomo el primero de los tres geles que llevo. En el avituallamiento del 20, agua abundante y a seguir. Cruzamos el puente y enfilamos Gaia. Paso la media en 1:44. Pienso que un minuto menso habría estado bien, pero no es preocupante. El tramo de carrera por la margen sur es una mezcla de zonas de asfalto y adoquín, con alguna pequeña rampa y algún paso estrecho. A esas alturas ya no voy cómodo. Conozco el camino que queda hasta meta y empiezo a contar los kilómetros restantes. Estoy deseando llegar al 30. Los músculos empiezan a notar el esfuerzo, pero creo es que mi cerebro el que peor los está pasando. Ya no tengo dudas en poder terminar la carrera en un tiempo conservador, pero mi objetivo era sub 3:30. Y sé que para lograrlo voy a tener que sufrir. Y lo más importante, voy a tener que arriesgarme a una petada en los kilómetros finales. En mi mente están los calambres de la VigBay a partir del 36. Allí pude salvar los muebles porque los kilómetros finales eran de perfil favorable. Pero aquí es distinto. Los rampas adoquinadas del Castelo da Foz, sobre el km 39, son un campo de minas si vas muy justo de fuerzas. Así pues, hay que tomar una decisión: asegurar un 3:45 o arriesgar un 3:30 a todo o nada. Todo esto lo voy pensando a partir del km 25. Sigo detrás del globo, pero ya no voy cómodo ni pensando si le adelanto o no. Voy pensando en cómo mantenerme en el grupo.
En avituallamiento del 30 se forma una pequeña melé que me hace perder unos segundos me encuentro descolgado del globo. Lo tengo a la vista pero está la cosa como para hacer cambios de ritmo. Paso por el túnel intentando mantener el ritmo siempre cerca de 5/km. Las pantallas con las imágenes de Carros de Fuego siempre levantan un poco el ánimo. Pero el túnel se termina y hay que volver a la realidad de la carrera. Esto no es una peli. Esto son 10 km que quedan por delante en los que hay dos opciones: sufrir por llegar o lamentarse por abandonar.
Estoy en mi tercera maratón en el plazo de un año. En las dos anteriores todo me había parecido fácil, exceptuando los calambres en la VigBay. Pero ahora le estaba viendo las orejas al lobo de Filípides. Ahí estaba, agazapado en algún rincón de los 10km restantes.
A partir del km 35 es un sálvese quien pueda. Aparece viento en contra en algunos tramos, por suerte llanos. Sigo llevando el grupo del globo 3:30 a la vista, ahora más reducido. Tengo la tentación de intentar contactar. En caso de que el viento arreciase, la protección del grupo sería muy valiosa. Pero encuentro arriesgado realizar ese esfuerzo adicional.
Me olvido del globo y me centro en la información de mi reloj. Estoy a 8 km de meta y mi pantalla sigue marcando tiempo previsto entre 3:27:30 y 3:28:00. Eso me anima. Supero la rampa del Castelo da Foz y la pantalla me sigue dando margen. Si consigo mantener el ritmo, ahora ya unos segundos por encima de 5’/km, todavía tengo opciones de bajar el 3:30.
Cada kilometro que va pasando voy mirando el reloj. El margen de entre 1 y 2 minutos sigue ahí, jugando a mi favor, pero sé que hay un pequeño problema: el reloj va ligeramente adelantado en el cómputo del recorrido. Eso quiere decir que cuando me está dando el tiempo restante hasta meta, hay un pequeño error debido a que en realidad faltan más metros que los que el reloj está considerando. Pienso que debo llevar unos 200 o 300 metros de adelanto en el reloj, pero a esas alturas ya no estoy para cálculos mentales. La pantalla me sigue marcando 3:28 y a eso tengo que ceñirme.
He pasado ya el km 40, un falso llano camino de la glorieta de Boavista. Intento mantener un ritmo constante. En la glorieta veo a la familia. Me estaban siguiendo en la app de la carrera e hicieron una pausa en su visita al acuario para verme pasar. No estoy seguro de que a los peques les hubiera hecho gracia abandonar a los pingüinos para ver correr a su padre, pero el caso es que ahí estaban. Mi mujer me enfoca con la cámara y me dice ¡foto! ¡foto!. Supongo que esperaba que me parase a posar o algo por el estilo, pero lo único que hago es gritarle ¡dispara!. Tenía claro que si me paraba ya me sería muy difícil volver a arrancar.
Enfilo el último kilómetro apretando todo lo que puedo en la rampa después de la glorieta de la ameba. No consigo subir mucho el ritmo, pero al menos sí mantenerlo. El reloj en el último vistazo a la pantalla del reloj, antes de entrar en la recta de meta, llevo 3:28:30. Pero al acercarme al arco de meta veo 3:30:30. Entro en 3:30:39. Al menos lo había intentado. Tenía pendiente de conocer el tiempo neto, pero había salida bastante adelante, no habría perdido 39 segundos en la salida. El sub3:30 se me había escapado por poco…
Recojo la medalla y la camiseta y me voy al stand de grabación de medallas. No había cola, al contrario de lo que esperaba, todo el proceso era muy rápido. Le entrego la medalla al chico, me mira el dorsal, teclea el nº y me devuelve la medalla grabada con mi nombre. Y un tiempo: 3:29:53.
Me emocioné. Busqué una silla libre. Me senté y solté unas lágrimas.
3:29:53 , nada espectacular. Pero para mi es como subir un ochomil. Es mi ochomil.
7 Seconds.