La pasada temporada vio caer los récords de pruebas combinadas de una leyenda viva del atletismo como Roman Sebrle, a manos del joven estadounidense Ashton Eaton, pero pocos recuerdan a la tarde perfecta que tuvo Jackie Joyner-Keerse en Seúl. No sólo se proclamó campeona olímpica de heptathlon, estableciendo un récord mundial de 7.291 puntos que a día de hoy no teme por su trono, sino que también consiguió la medalla de oro en salto de longitud. Una combinación perfecta para una «combinera» que demostró poder ser la mejor en cualquier prueba individual que se propusiera.
Pocos podrían haberle dicho a la joven Jackie en los años sesenta que terminaría por romper todas las estadísticas y convertirse en la deportista más completa de toda la historia del atletismo. Criada en un barrio marginal de los Estados Unidos y acostumbrada desde pequeña a lidiar con la cara más podrida de la existencia, Jackie tuvo la fortuna de entrar en las listas del caprichoso sueño americano y comenzó a practicar atletismo y baloncesto con una beca en la prestigiosa Universidad de UCLA. Rápidamente destacó en pruebas de saltos y velocidad, asombrando a todos con su versatilidad: rápida como un látigo pero sólida en lanzamientos y carreras de fondo. A comienzos de los años ochenta ya participaba en los Trials estadounidenses para ganarse un sitio en el equipo olímpico de Moscú, y se hacía con su primera medalla en los mundiales de Los Angeles en 1984.
SEÚL 1988: LOS JUEGOS PERFECTOS
El día perfecto por excelencia para Jackie, la misma que había salido de una de las zonas más deprimidas de los Estados Unidos con pocas perspectivas, vino un veinticuatro de agosto de 1988. La estadounidense competía como gran favorita para el título en pruebas combinadas, e hizo valer su condición: corrió los cien metros vallas en 12.69 segundos, saltó 1.86 metros en altura y lanzó unos buenos 15.80 metros en peso. Lideresa indiscutible de la competición, por impactantes que parezcan los números ninguna de estas marcas constituía un nuevo registro personal para la americana, ni siquiera los geniales 22.56 segundos de los doscientos metros con los que cerró la jornada. Y llegó la segunda jornada, y Jackie hizo lo que mejor sabía: saltar longitud, y saltar bien lejos. 7.27 metros fue su marca del salto de longitud, lejos de su mejor registro pero suficiente para cimentar un nuevo récord mundial que completaría con 45.66 metros en jabalina y unos buenos 2:08.51 segundos en los ochocientos metros. Un día perfecto que terminó con 7.291 puntos, una marca a la que nadie ha osado acercarse a menos de doscientas unidades de distancia. La siguiente en el ránking de todos los tiempos, una tal Carolina Klüft. El día se convirtió en la semana perfecta cuando, días más tarde, Jackie compitió en la prueba individual de salto de longitud para proclamarse campeona olímpica con 7.40 metros.
Titulamos este artículo para hablar de un día perfecto, pero lo cierto es que Jackie Joyner-Keerse tuvo dos. El primer, y precedente inmediato del segundo, fue en los mundiales de Roma en 1987, donde nuestra heroína se proclamó campeona mundial de heptathlon y salto de longitud. La historia de una atleta sorprendentemente poco reconocida a pesar de haberse proclamado campeona mundial allí donde las mejores especialistas no consiguieron hacer cumbre, y estableciendo un récord mundial de pruebas combinadas que ha contemplado por el retrovisor como dos valkirias como Carolina Klüft y Jessica Ennis jugaban, a sus ojos, a emular a la mujer más completa de todos los tiempos.