Parece que sólo es políticamente correcto bromear con España, pero no con el resto de países. Y el sentido del humor es importante incluso al hablar de los asuntos más serios.

Hace unos días, lo recordarán, anduvimos a vueltas con unos guiñoles franceses que se mofaban de la limpieza de nuestro deporte. Fue poco menos que casus belli, demandas incluidas de alguna federación nacional. Me imagino que los jueces encargados de tramitarlas se partirán de risa, y no precisamente por la discutible gracia de los muñegotes, sino porque las parodias, por definición, no distinguen al justo del culpable y la libertad de prensa –al menos en el mundo civilizado– está por encima de los sofocos.

Eso por no mencionar que, efectivamente, tiene vis cómica que España sea el único país del planeta donde la policía se ha incautado de sendos arsenales de bolsas de sangre con teléfonos, iniciales y nombres de mascotas adjuntos (Operaciones Puerto y Galgo), sin que nadie se ha molestado en analizar. Bueno, miento. Se comparó la sangre de una de esas bolsas, sospechosa de pertenecer al ciclista Alejandro Valdeverde, con el ADN de su pasaporte biológico… pero por orden de un magistrado italiano que señaló dos años de sanción para el murciano. En España, previamente, se le había permitido ganar la Vuelta.

En cualquier caso, el patriotismo no se demuestra arremetiendo contra unos muñecos, sino modificando la laxa, inofensiva Ley Antidopaje española. Tiene razón el ministro José Ignacio Wert cuando dice que España tiene un problema con el doping. Está demostrado que gran parte de los positivos se descubren y sancionan fuera de nuestras fronteras, y que alguna candidatura olímpica se ha resquebrajado en las votaciones por culpa de esa sensación de impunidad que gravita en la Península Ibérica.

Pero, con el debido respeto, recomendaría a los titiriteros franceses mayor amplitud de miras en sus sketchs. La vecina España no es un caso aislado. Ríamos sin maldad: guiñoles para todos. Y no se trata de poner en marcha el ventilador, sino de reflexionar, de tener perspectiva. De darnos cuenta de la dimensión del problema y del doble rasero de la opinión pública mundial. Pongo un ejemplo que debería escocer a los galos, puesto que incumbe a una de sus estrellas deportivas, recientemente derrotada.

Este invierno la mejor marca mundial de 60 metros en pista cubierta corresponde al jamaicano Lerone Clarke con un tiempo de 6.47, que equivale a 9.75-9.90 en el hectómetro, según su capacidad de adaptación a la distancia superior. ¿Le suena de algo este atleta? ¿Estaremos ante un nuevo joven fenómeno de la velocidad?

Pues ni joven, ni nuevo. Va para 31 años y lleva compitiendo desde 2003, es decir, nueve densas temporadas en la élite. Los aficionados muy, pero que muy expertos le recordarán porque en los Mundiales Indoor de Valencia-2008 y Doha-2010 fue fulminado en series clasificatorias con 6.89 y 6.78, respectivamente. Hasta el año 2008 sus mejores marcas eran de 6.63 en 60 metros y de 10.15 en el hectómetro, pese a que había competido profesionalmente y en los cinco continentes durante más de un lustro. O sea, se trataba un atleta de nivel similar a nuestro Ángel David Rodríguez, tal vez un poco peor, ya que el Pájaro ha demostrado mayores cualidades y regularidad en la alta competición y encima ha corrido más rápido.

Pero en 2009 todo cambió para Clarke. De pronto hizo 6.55 y 9.99. Cualquier aficionado al atletismo sabe que esa progresión a los 28 años es simplemente despampanante, sobre todo cuando llevas tu vida entera desgarrando el tartán.

Desde entonces Lerone ha seguido mejorando de manera exponencial en pista cubierta, que es donde ha encontrado su hábitat, y se ha abstenido de aparecer al aire libre en Mundiales u Olimpiadas porque, naturalmente, tiene el camino cerrado por Bolt, Blake, Powell o Carter, entre otros. De hecho, es el máximo favorito para ganar los Mundiales Indoor de Estambul en marzo, habida cuenta de que este mes de febrero ha bajado de 6.53 en cuatro ocasiones y parece casi invencible, como demostró el pasado sábado en Birmingham triturando a Nesta Carter y Asafa Powell o cuatro días antes en Lievin, cuando humilló sin despeinarse a Christophe Lemaitre.

Sí, sí, he dicho Lemaitre, santo y seña del deporte galo. Uno, que va siendo viejo y ha visto cosas menos raras convertirse en trending topic, no quiere ni pensar qué dirían los guiñoles franceses si un españolito de Madrid como nuestro respetable Ángel David Rodríguez se reinventara de un año para otro cual Astérix redivivo, y derrotase con dos cuerpos de ventaja a un Lemaitre en plenitud.

Así que, desde la humildad y la pequeñez, sin recurrir al ‘y tú más’ para esconder nuestra ropa sucia, me lamento de dos cosas: a) que España haya perdido todo el respeto internacional por sus errores contra el dopaje, hasta el extremo de que se está mezclando a justos con tramposos; y, b) que nadie tenga cojones suficientes para montarle un guiñol a los extraterrestres jamaicanos.

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Licenciado en Periodismo y corredor practicante (cada vez más lento) a razón de 4/5 días por semana. Ha desempeñado diversas responsabilidades en instituciones públicas, siempre en el área de comunicación, y ha participado en los equipos de prensa de varias campañas electorales autonómicas, nacionales y europeas. Autor del libro "El Derecho a la Fatiga", un estudio sobre el dopaje en las carreras de fondo y mediofondo.

1 Comentario

  1. Muy buen artículo, Juan Manuel. Al menos en algún lado dicen las cosas como son y no miran para otra parte. Lo de Valverde fue de escándalo, y la prensa española casi ni lo ha mencionado, fuera de alguna excepción. Y lo de Jamaica lleva cantando desde hace tiempo: o naces allí o no eres capaz de batir ningún récord de velocidad. En fin

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