«Diego fue un modelo a seguir, en todos los sentidos. Y siempre estará vivo, muy vivo»
Martín Fiz Martín
31 de marzo. Se cumplen trece años desde que nos dejara una de las figuras que enmarca la época dorada de nuestro deporte. Presente en varios de los momentos cumbres de nuestro santoral particular, y una de las tres imágenes de cabecera de una de las coyunturas más gloriosas y épicas que nos haya brindado nunca el atletismo patrio.
Diego García Corrales sólo ganó un maratón. Y fue un auténtico especialista de la prueba, participando en casi treinta. No fue un extraordinario corredor de pista. De hecho, su mejor marca en un 10.000 fue 28:42.66, lejos de los mejores de su generación. Pero su trayectoria es una de las más destacadas, y su figura una de las más significativas y respetadas del atletismo en nuestro país.
Su decisión temprana de consagrarse a la ruta antes de llegar a la treintena cambiaría el devenir de su currículum deportivo. En aquellos finales de los ochenta, principios de los noventa, el pensamiento era que el maratón era una prueba madura, destinada a atletas ya sazonados, que hubieran exprimido su talento sobre el tartán, y que aprovecharan su sabiduría y aguante en una distancia en la que sólo era necesario sumar. Diego quiso aparcar toda aquella filosofía caduca a través de su propia experiencia.
Su primera gran competición, el Mundial de Tokyo en 1991, le entrega un 14º puesto. De ahí, a los Juegos de Barcelona. En un maratón perverso, en condiciones extremas, recalcando el sufrimiento de una prueba ya de por sí extenuante, Diego está a punto de obtener el diploma olímpico. Su novena posición suponen para él un mayúsculo triunfo. Apenas un par de meses después, y evidenciando su magnífico estado de forma, rompe por primera y única vez el récord de España de la especialidad. El legendario maratón de Fukuoka era testigo de su 2h10:30.
Llegaba al año 1994 como uno de los fondistas más destacados del país, y no quiso ir al Campeonato de Europa de Helsinki «de turismo»: en una de las más brillantes e icónicas imágenes del atletismo y del deporte español (posiblemente, junto a la medalla de oro de Fermín Cacho en Barcelona), el trío español conformado por el vitoriano Martín Fiz, el propio Diego y el madrileño Alberto Juzdado, se hacía con el oro, la plata y el bronce, respectivamente. Diego comandó la imperial escapada de los nuestros, y fue artífice primordial de uno de los acontecimientos clave de nuestra hagiografía deportiva, en una de las imágenes más hermosas que se pueden recordar, una de las más bellas gestas jamás conseguidas por deportistas de nuestro país.
En febrero de 1995, Diego iba a vencer el único maratón de su dilatada carrera deportiva en los 42.195 metros. Sevilla fue refrendataria del éxito, devolviéndole ese cariño que siempre tuvo hacia la mítica distancia.
En Göteborg, en aquel agosto, su amigo íntimo Fiz se consagra campeón mundial. Juzdado es quinto. Diego, sexto. de nuevo, el equipo español brilla en el firmamento atlético con una esplendorosa actuación.
Y para terminar el año, la que iba a ser su mejor marca de siempre: de nuevo en Fukuoka, era 4º, y derribaba la barrera psicológica de las 2 horas y 10 minutos. Aquel registro de 2h09:51 le valen para seguir siendo, al día de hoy, uno de los únicos quince españoles que ha conseguido abatir esa muralla.
Volvía a disfrutar de unos Juegos Olímpicos en 1996, y de un Mundial en 1997. En la patria de Filípides, el combinado español entraba en la leyenda: doblete para Antón y Fiz, y título de la Copa del Mundo en aquel sofocante infierno de Atenas. Tal fue su impacto que el equipo completo (Antón, Fiz, Juzdado, Roncero, Diego García y José Manuel García) recibía el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes, una de las mayores alegrías que Diego recibió en su carrera.
Pese a mostrar un nivel fabuloso, con el cambio de siglo decide abandonar la élite, despidiéndose en una de sus carreras predilectas, la Behobia-San Sebastián del año 2000, siendo 2º y primer español. Habiendo sido casi un pionero, se despedía a su gusto y a su manera, en una carrera que siempre se tiñe de fiesta.
A partir de ahí, y ya casi rozando los 40, tocaba disfrutar del atletismo, que tantas alegrías le había dado, desde que en la época en la que hacía la ‘mili’ en Ferrol empezó a correr para perder unos kilos y librarse de unas cuantas guardias.
Aquel sábado 31 de marzo de 2001 nunca podrá caer en el olvido. Y es que mientras cada zancada de Diego disfrutaba del entorno único de Loyola, su corazón quiso que su recuerdo perdurara para siempre. Había preparado con ilusión su carrera predilecta, aquella que tanto había enarbolado, y por la que tanto había luchado para engrandecer, una media maratón que se convirtió en referencia (y hoy conocida como «Memorial Diego García»), que unía y une el pueblo donde Diego había nacido, Azkoitia, con la localidad en la que vivió, Azpeitia. Se había previsto una gran fiesta del atletismo para rendir honores a Diego tras su retirada.
Ese día 31, precisamente la víspera de aquella Azkoitia-Azpeitia, mientras entrenaba con su amigo, el gran fondista Alejandro Gómez, entre chistes, risas y chascarrillos, porque así era él, su corazón dejaba de latir. Simple y súbitamente, decía adiós. Tras sentirse mareado, se detenía, «para, para un poco, que me encuentro mal». Fueron sus últimas palabras.
El vigués rabiaba de amargura en la salida de aquella Azkoitia-Azpeitia, donde sus lágrimas servirían para brindar un tercer puesto a su colega fallecido en sus propios brazos horas atrás. Qué mejor homenaje.
De repente, nos dejaba. Contaba sólo 39 años. En ese mismo lugar, el lugar donde Diego se despedía de nosotros haciendo aquello que más le gustaba, que tanto le había dado y por lo que tanto había peleado, una preciosa estatua que lo inmortaliza corriendo nos revela que Diego nunca se fue. «Tan noble persona como buen deportista», reza la inscripción en piedra que la preside.
Un tipo humilde, cercano, enamorado del atletismo. Un hombre sensato e impetuoso, dicharachero y leal, honrado y valiente. Un atleta pertinaz, férreo, recio y desbordante de coraje. Luchador, durante toda su vida, y gran persona, según todos aquellos que tuvieron la suerte de compartir algún momento con él.
Así fue Diego García. Y como decíamos al inicio, tras la frase de su ‘hermano’ Fiz (a quien llamaba con afecto «Martintxo»), sólo ganó un maratón, «su» prueba, la prueba que siempre le fascinó, y que inculcó a muchos, entre ellos al propio Martín.
Pero aunque en el asfalto sólo fuera uno, ganó mucho más, e infinitamente más importante, algo que nos hace recordarle hoy y por lo que no lo olvidaremos: el cariño, el respeto y la devoción de todos.
En tu memoria, Diego. Descansa, pero junto a nosotros.
Porque no te has ido nunca.