Carmen Valero es una pionera del atletismo español. Fue la primera atleta nacional en competir en unos Juegos Olímpicos, en Montreal 1976, donde disputó los 800 y 1500 metros.

El tiempo pasa rápido y Carmen Valero tiene ahora 61 años. Hace no tanto fue bicampeona del mundo de campo a través en ediciones consecutivas, en Chepstow 1976 y Düsseldorf 1977. Sumado a la gesta de ser la primera atleta española en asistir a unos Juegos Olímpicos, la convierten en un gran referente del atletismo femenino y una de las pioneras del proyecto 261wm.

Carmen era solo una niña cuando empezó a jugar corriendo por las calles de Castelserás, su pueblo natal, compitiendo con otros niños para «ver quién llega antes». De aquellas competiciones recuerda los cubos de canicas ganados a sus compañeros de correrías, nunca mejor dicho.

Fue entonces cuando el juego se hizo costumbre y la costumbre de correr forjó su gran pasión. Ella, que ha volcado gran parte de su vida en el atletismo, reconoce que nunca se planteó que correr pudiera ser una forma de ganarse la vida.

Una familia entregada

Corrían por entonces los años 60 y, efectivamente, era complicado plantearse el deporte como un sustento. A pesar de todo, el padre de Carmen siempre animó y apoyó a su hija para que pudiera hacer aquello que más le gustaba: correr.

Carmen reconoce la importancia del apoyo familiar, particularmente la importancia del apoyo paterno. Para ella su padre fue su gran apoyo, el que le insuflaba seguridad y valor. Tiene una frase grabada en su piel que le dijo cuando ya estaba muy enfermo: «nunca dejes de hacer lo que te apetezca»Y eso intentó. Su padre murió muy joven y para ella empezó una época muy dura sintiendo su ausencia.

Tan determinada estaba a desarrollarse en el atletismo que la familia de la pequeña Carmen, decide mudarse a Sabadell para que la niña pueda entrenar en las pistas de atletismo de la Juventud Atlética Sabadell. Su padre tuvo de cambiar de trabajo y los hermanos de instituto para seguir a Carmen hasta las pistas.

Carmen Valero

Hay que tener en cuenta lo que este movimiento familiar supuso de apoyo a las inquietudes deportivas de Carmen. En aquellos tiempos apenas existían becas y cuando las había, eran muy pequeñas, por lo que tan solo les impulsaba una gran fe en ella.

Recuerda que a las 4 de la mañana ya estaba esperando sentada en el sofá a que su padre le llevara a las pistas para poder ensuciar sus recién compradas zapatillas Victoria, bien blancas. Le gusta recordar que sus primeras zapatillas le costaron 25 pesetas, que fue pagando a plazos de 5 pesetas. Después adidas le regaló unas delicadas zapatillas de piel de ante y más tarde fue Nike la que le mandaba desde Oregón el equipamiento que necesitaba.

Al poco de llegar a Sabadell los esfuerzos familiares se ven recompensados. Carmen empieza a ganar trofeos que en casa se celebran con alegría y orgullo. Todos estos recuerdos le llenan los ojos de melancolía. Evoca cómo su padre limpiaba con esmero las zapatillas que llenaba de barro y ceniza cada día, porque entonces se corría en pistas de ceniza.

Sigue recordando situaciones vividas, como cuando tuvo que echar mano de Pilar Primo de Rivera para que la dejaran salir de España para ir a una competición. O cuando, sin tener todavía la licencia, corrió con un nombre ajeno para aprovechar la ficha de una mujer que ya no competía y, tras ganar la competición, empezaron a llamarla con ese nombre propio usurpado… hasta que por fin se sacó la licencia.

Sorprende descubrir lo joven que era Carmen cuando acumuló sus éxitos y las dificultades que había en España para estimular el deporte en las niñas. Relata con lejanía las faltas de respeto que tuvo que soportar, tanto de muchos ciudadanos, como de miembros de los equipos directivos de las Federaciones, clubes y otras instituciones deportivas. Los insultos que aguantaba por la calle eran de este porte: «Guarra, ¿no te da vergüenza de ir con pantalón corto?», «Vete a fregar los platos, que es lo que tienes que hacer», «Hoy hasta las prostitutas corren»…

Carmen Valero

Pero nada de eso la frenó. Tuvo que llegar al atletismo una criatura privilegiada en lo deportivo y un padre alentador para demostrar a esa época que la tenacidad, la ilusión, el deseo de superación de una joven valiente que hace lo que más le gusta puede romper barreras y hacer cosas, de otra forma implanteables.

Una niña humilde que se sintió culpable de ganar por primera vez a su mayor referente, Belén Azpeitia, la atleta vasca que fuera cuatro veces campeona de España de cross en la década de los 70, y prematuramente fallecida a los 52 años víctima de un cáncer. Cuenta que en un Campeonato de España compitió contra Belén, pero viendo que la pasaba, se paró para que Belén llegara la primera. Le daba vergüenza ganarle. Los gritos de su entrenador le hicieron reaccionar y volvió a esprintar para llegar antes que ella a meta. De Belén habla con el cariño de quien ha sido tu ídolo y comenta que por aquella época el País Vasco era el que contaba con más atletas femeninas, pero solo unas 6 o 7.

Nos cuenta que, cuando empezaron a pagarle, las diferencias económicas con los hombres eran tan inabarcables que en un campeonato del Mundo ganó 100.000 pesetas frente al millón que podría haber ganado Mariano Haro en caso de haber llegado primero. Cuenta que cuando anunció que dejaba el atletismo por las faltas de respeto que sintió hacia su persona por el hecho de ser mujer, fue cuando, para que continuase, se les ocurrió ofrecerle el caramelo de una beca irrisoria que no aceptó.

Carmen no parece sentir el atletismo como un deporte individual. Sabe que se necesita siempre de los demás. Recuerda cómo de importante era para ella sentirse apoyada por sus amigas y compañeras de club. En ocasiones, en lugar de cobrar en determinados campeonatos y pruebas, pedía a la organización que con ese dinero las invitaran. Para muchas de ellas, esa sería la única oportunidad que tuvieron de viajar.

Hoy se alegra de las victorias y del triunfo del deporte femenino, pero más aún de encontrar a tantas mujeres que recorren los parques y las calles de las ciudades corriendo. Quedan muy lejos y olvidados los comentarios sexistas de la época y considera que hay que consolidar una base importante de atletas para que haya futuro en nuestro atletismo.

Los kilómetros han forjado a una mujer fuerte, valiente y con carácter. Fue madre a los 27 años y por entonces la vida deportiva se paraba al parir, aunque ella entrenó hasta los ocho meses. Considera que los obstáculos de la vida se superan mejor habiendo tenido un entrenamiento deportivo, porque los retos se resuelven luchando y afirma haber cumplido sus dos mayores retos: ser madre y olímpica. Una mujer con una sonrisa imborrable, que nos repite el mensaje de su padre: «Nunca dejes de hacer lo que te más te gusta».

Su palmarés, tanto nacional como internacional está lleno de honores. Aparte de haber sido campeona del mundo de campo a través, tiene la medalla Real Orden del Mérito Deportivo, fue la mejor deportista española en 1973, 1975, 1976 y 1977, fue declarada como la mejor atleta española del siglo XX por la AEEA y el antiguo Diario Ya le dio el Premio a los valores humanos en el deporte.

Carmen Mejías Bonilla 

Más información: 261wm.com

Redacción
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