El sueño de todo fondista que se precie – runner o keniata de San Blas – es entrar ganador en meta, con mucha ventaja. Con tanta ventaja que uno pueda saludar a sus amigos, a su pareja, a los niños, a los suegros, al afilador sin descomponer el gesto y mientras la cinta del ganador se nos rompe en el pecho como si fuera de plástico del malo. Pero éste es un sueño que puede jugarnos una mala pasada: si un corredor se concentra demasiado en la celebración antes de ganar – algo así como vender la piel del oso antes de cazarlo – te puede pasar lo mismo que al pobre Tanguy Pepiot.
Tanguy Pepiot, francés afincado en Estados Unidos, se ha convertido en una estrella de la más triste de las maneras: haciendo el ridículo. Corría los metros finales del 3.000 obstáculos del Pepsi Team Invitational de Eugene, y el atleta de Oregon – que corría en casa – decidió arengar a su grada con un brazo en lo que parecía un triunfo inevitable. Lo que no sabía Pepiot es que por detrás venía un Concorde – de los que funcionaban – llamado Meron Simon, de Washington, que terminó birlándole el triunfo en la misma línea de meta. La imagen que quedará para el recuerdo: la cara de incomprensión y sorpresa de Pepiot, ese brazo que pasó del gesto de triunfo al de incertidumbre. Del FTW al WTF en un instante, debieron pensar en la grada, algo así como el «¡Pero qué puñetas…!» español. «Empezó a mover las manos, y pensé que no sabía que llegaba», dijo Simon después. «Sólo quería celebrar el triunfo ante mi gente. No fue muy inteligente, pero fue una experiencia de la que aprender».
El ejemplo del bueno de Pepiot es especialmente doloroso, pero no es el único: si fastidia que te birlen el oro después de 2.999 metros saltando obstáculos y rías, imagínate lo que puede sentir uno cuando le hacen lo propio en un maratón de casi 43 kilómetros. Es lo que sucedió con la pobre Adriana Nelson, atleta de origen rumano que ya saludaba a la afición en la meta del maratón de Chicago de 2007 cuando la etíope Berhane Adere irrumpió en pantalla con una zancada de lo más extravagante para retener el título que había ganado el año pasado. Nelson, entonces conocida como Adriana Pirtea cuando fue a estudiar a Texas, batió su marca personal al año siguiente hasta dejarla en unos buenos 2:28.52 horas, y llegó a ser décima en un mundial de media maratón. Pero el escozor de ver pasar a Adere para robarle el triunfo en Chicago, seguramente, no se le terminó de quitar.
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A Taoufik Makhloufi, todo un campeón olímpico, también le salió cara la broma en una Diamond League de 2014, en Shangai. Llegó a los últimos metros del 800 con una ventaja ínfima sobre un grupo de atletas de mucho nivel, y decidió que lo mejor que podía hacer era levantar los brazos y celebrarlo. El resultado es que se le coló por el exterior un adolescente de 18 años llamado Robert Biwott que le terminó sacando cuatro cochinas centésimas. Makhloufi, que dos años antes había sido campeón olímpico de 1.500 metros, aprendió la lección por las malas.
TAMPOCO VALE DESNUDARSE
¿ Y quién no recuerda a su compatriota Mekhissi-Benabbad quitándose la camiseta, saludando y haciéndose pasar por futbolista, movimiento que le costó una descalificación? Era la final europea de 3.000 obstáculos en Zurich, y tenía ventaja suficiente para saludar a quien quisiera, y hacer la declaración de la Renta si hubiese querido. Pero el galo tuvo que quitarse la camiseta, y después de varias reclamaciones, idas y venidas, fue descalificado y su compatriota Kowal subió al oro. Pocos días después se proclamó campeón de Europa con una superioridad insultante, y entonces no se quitó la camiseta pero sí se puso a hacer el pistolero. Incorregible, pero al menos aprendió la lección: hay que hacer como Robert Harting y romperse la camiseta después.
SALUDAR Y BATIR EL RÉCORD MUNDIAL
Este era un problema que, en cualquier caso, no tenía Usain Bolt: fue en los Juegos Olímpicos de Pekín donde el jamaicano explotó, y donde batió el récord mundial de cien metros lisos (9.69 segundos) abriendo los brazos a veinte metros de la meta (VÍDEO), dándose golpes en el pecho, saludando y por poco no hizo un mortal con triple tirabuzón. Una forma muy particular de convertirse en el hombre más rápido de la historia, que obviamente se convirtió, con el paso del tiempo, en carne de ‘meme’ y de chistes por internet:
A veces el asunto sale bien: por ejemplo, el estadounidense López Lomong tuvo el despiste de equivocarse en un 5.000 del Payton Invitational de 2012, y corrió una vuelta de menos. Lejos de lamentarse por la cantidad de esfuerzo que había gastado, apretó los dientes y marchó como pudo hasta la meta para imponerse a sus rivales. La escena dejó una estampa de lo más graciosa, con el público levantándose y haciéndole la indicación de seguir corriendo.
Y desde luego lo de celebrar las cosas demasiado pronto no es algo exclusivo de nuestro deporte. Fútbol, rugby, e incluso patinaje sobre hielo han visto cómo una mirada a la grada antes de tiempo le ha costado más de un disgusto a algún deportista de élite. La próxima vez, con la lección aprendida: se saluda cuando se cruza la línea de meta.