Echando un vistazo a los resultados de la selección española en el mundial de atletismo que terminó hace unos días, es imposible hacer un balance positivo y necesario relativizar la debacle. Los números hablan por sí solos, aunque sólo reflejan una parte de la realidad: una medalla (de oro), y dos finalistas incluyendo al propio medallista. Uno de los peores resultados de la historia de España en esta competición. Una de las imágenes más pobres de nuestro deporte.

El director técnico de la Federación Española, Ramón Cid, lo definía a la perfección minutos después de la llegada a meta de Alessandra Aguilar en maratón, la última de las nuestras en competir: «Un atletismo de clase media y poca aristocracia«. Clases medias que dan mucho espectáculo en Castellón, pero pocas estrellas que ayuden a dar una buena imagen en una competición como ésta. Clase medias que dan calidad a un campeonato de España, que dan la cara en Europa pero que, desde luego, no lucen en un mundial.

El desastre numérico del campeonato se entiende mejor cuando Cid cuenta las que eran sus expectativas: «Pensaba en cinco finalistas y dos medallas con una gotita de optimismo». Es decir, siendo optimistas, la Federación soñaba con un balance casi mediocre en comparación con otras ediciones. Este año ha sido una medalla y dos finalistas: el oro de Miguel Ángel López y el quinto puesto de Ruth Beitia. En Daegu (2011) fue el bronce de Natalia Rodríguez en 1.500 y dos finalistas. En Tokio (1991) fue el bronce de Sandra Myers y seis finalistas. Remontándonos al principio de los tiempos, en Helsinki (1983, primera edición) fue la plata de José Marín en 50 kilómetros marcha y cuatro finalistas.

Un mal resultado en el Nido del Pájaro que enlaza con varios años de malos resultados en mundiales de aire libre y también en campeonatos de Europa: lejos quedan las ediciones de París o Stuttgart donde se ganaron hasta cinco medallas, o Edmonton (2001) donde tuvimos hasta 17 finalistas: en las últimas cuatro ediciones (desde 2009 a 2015) hemos sumado 16, menos que en aquella edición, por ejemplo. En los Juegos Olímpicos llevamos dos ediciones consecutivas sin tener medallas: la peor racha desde que España es una democracia.

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El balance, por tanto, no puede ser positivo de ninguna de las maneras. Ni una medalla de Ruth Beitia – que hizo lo que pudo con casi dos metros – acompañando a la de Miguel Ángel López hubiera conseguido maquillar un campeonato desastroso a muchos niveles.

Desastroso porque, para empezar, por ahora y hasta nuevo aviso seguimos dependiendo de los veteranos. Salvando a Miguel Ángel López – que aunque marche como un veterano de Vietnam todavía tiene 27 años – han sido los que llevan años y años compitiendo los que se han echado el equipo a la espalda: la única finalista además de López ha sido Ruth Beitia, quinta con  36 años en su séptimo mundial. Después ha sido Jesús Ángel García Bragado, ‘Chuso’, el mejor español, y su veteranía no necesita presentación porque acaba de batir el récord de participación en los mundiales de aire libre. Después, y antes de llegar a ‘sangre fresca’ como Javi Guerra en maratón, nos encontramos a Mariajo Poves, que gracias al cielo acaba de encontrar su segunda juventud pero tiene la edad de Ruth Beitia. Naroa Agirre, en su quinto mundial, ha sido la única que ha estado cerca de sus marcas de la temporada. Y no iremos a ninguna parte si esto no cambia.

¿Esto quiere decir que no hay relevo? Ni mucho menos, pero sí es cierto que, a día de hoy, la clase media del atletismo español de la que hablaba acertadamente Ramón Cid no está a la altura de un mundial, y nos va a costar unos años de penurias hasta que veamos completado el cambio de ciclo. Hay dos versiones: por un lado, aquellos ‘nuevos’ que han estado bien y a pesar de los pesares no han podido llegar donde querían, y después aquellos a los que la competición les ha superado claramente. En un campeonato de España, o incluso en uno de Europa, la falta de nivel puede suplirse con inyecciones de actitud, pero no en un mundial. El propio Cid ponía cifras a este asunto a la hora de valorar el campeonato: veinte de los cuarenta españoles han estado muy por debajo de su nivel, según sus cuentas.

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Cuando el nivel está tan por debajo de lo requerido en un mundial, que es cuando la línea entre la falta de capacidad y la falta de actitud se desdibuja, se deja una imagen nefasta para el respetable, imagen que sí refleja el nivel mostrado pero no el estado de salud del atletismo nacional. Aunque en zona mixta hayamos escuchado a Diego García Carrera y a Laura García-Caro enfadarse con ellos mismos después de debutar en los 20 kilómetros marcha de un mundial, después hemos visto a atletas bajar los brazos en la última recta del 1.500 o lanzar ocho metros menos de lo que han lanzado esta temporada.

Lo decía un acompañante del equipo español: una de las partes más difíciles es conseguir que los atletas comprendan que se encuentran en un mundial, y por completarle habría que añadir que ojalá existiesen los cursillos acelerados de cómo caminar sobre la cuerda floja del respeto a la competición pero sin que sin caerse del triciclo del saber estar.

Problemas hay miles y soluciones alguna debe haber, porque hemos terminado en el puesto número 28 de la tabla por puestos (que cuenta medallas y finalistas), un puesto por delante de países como Italia o Portugal y por detrás, por ejemplo, de Finlandia, Hungría, Suecia o Croacia. Podemos hablar de temporadas demasiado largas – varios atletas lo han reconocido a lo largo del campeonato – podemos hablar de la sensación de que el estar allí ya es ‘premio’ suficiente o podemos relativizar y juntarlo todo.

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Lo que está claro es que deben tomarse medidas, al menos en algunos sectores. Porque ver, por ejemplo, a Sabina Asenjo lanzando tres metros por debajo de su marca en su primer mundial entra dentro de lo ordinario, pero la debacle de pruebas como el 1.500 empieza a ser algo preocupante. ¿Es culpa de David Bustos, por ejemplo? Con sus marcas, bastante hizo estando en semifinales. El problema va más allá, y es sencillamente que hay que volver a dar el salto de calidad que se dio hace más de una década para poder volver a tener a dos o tres españoles en cada final mundial. ¿Es por trabajar ocho horas como funcionario? Pues tampoco va a ser eso, no.

¿Podemos hablar, por tanto, de desastre? En este campeonato, sí. Pekín ha sido un auténtico desastre para el atletismo español. ¿Es el atletismo español un desastre? En absoluto. Aquél que siga este deporte, y no sólo en las grandes citas internacionales, sabe bien que eso es mentir sin miramientos. Nuestros jóvenes ganan medallas en pruebas hasta ahora desconocidas como la jabalina o el decathlon, y los esos ránkines que tanto nos gustan de fondo y medio-fondo se van llenando no sólo de estrellas (Celia Antón, Carmela Cardama, Jordi Torrents, Ignacio Fontes…) sino que va adquiriendo densidad. Por ejemplo, hay cuatro mujeres en categoría juvenil y junior por debajo de los dos minutos y diez segundos en ochocientos metros, algo que no sucedía desde hace muchos años si es que ha sucedido alguna vez. Y en marcha, nuestra especialidad más laureada, tenemos al campeón de Europa junior y al subcampeón sub23 integrando la selección española del mundial. Jóvenes hay, el problema es que todavía son eso, jóvenes.

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Hace falta desde luego seguir sacando jóvenes, apoyando a la cantera y a los clubes y todas esas cosas que se dicen cuando uno pretende arreglar el atletismo en una tarde. Hace falta también que los atletas que tiene nivel para estar en un mundial aprendan también a moverse entre los mejores del mundo. Hace falta que alguno le coja respeto a participar en un campeonato así. Y hace falta que, sea quien sea, descubra la razón por la que muchos de nuestros atletas han llegado completamente desfondados a Pekín.

Un mundial no puede ser el final de una temporada, donde se llega con el depósito en la reserva. Un mundial tiene que ser una competición a la que uno llega en plenitud y dispuesto a comerse el mundo. O se solucionan estas cosas, o vamos a pasar unos años muy malos: lo siguiente es un mundial de pista cubierta en Portland, y salvando el balón de oxígeno del europeo de Amsterdam (donde no hay marcha ni maratón) después nos esperan unos Juegos Olímpicos que pueden hacerse horriblemente largos. Y aquí hemos venido a disfrutar.

1 Comentario

  1. Los éxitos del fútbol los pagan otras disciplinas.
    A más cantidad más calidad, así de sencillo.
    Como casi todo en la vida, tristemente, es cuestión de dinero.
    Creo que afortunadamente poco a poco algo va cambiando y vuelve a haber más niños practicando atletismo, los exitos, como bien decís, no se verán mañana, pero igual si en 10 años.

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