Artículo por Carlos Grima.
El 19 de Noviembre fue la cita, el Maratón de Valencia. Y así fue mi experiencia como debutante en la famosa distancia de Filípides.
Todo empezó un poco en broma, casi sin darme cuenta. Al volver de las vacaciones de verano empecé a entrenar algún que otro fin de semana con compañeros que estaban preparando la carrera. Yo decía «no, no, no voy a correr, sólo os acompaño los sábados y domingos». Las semanas pasaron y a finales de septiembre la situación había cambiado, me había picado el gusanillo y, después de muchos años con lesiones, mi mentalidad se había transformado, así que me dije: «voy a seguir entrenando y, si no me lesiono, intentaré completar el maratón».
Tuve entonces que hablar con José Antonio Redolat, amigo desde hace muchos años y ahora entrenador, para que me ayudara con mi objetivo. Las semanas seguían pasando, y se acercaba la media maratón de Valencia, el test perfecto para saber si estaba en forma para poder afrontar en menos de un mes los 42195 metros. Decir que hasta aquí nunca había corrido más de 10 kilómetros en una carrera pero tenía la base de muchos años haciendo atletismo y fútbol, desde muy pequeño, compitiendo en pruebas de medio fondo en pista. Así que no partía desde cero, pero no haber hecho nunca fondo era una gran barrera para mí. Al final, la media maratón fue según lo previsto: 1h36.
A menos de un mes para la cita, a la gente le encanta hacer elucubraciones y tratar de predecir el futuro con la marca de la media. A mí, todo eso me sonaba más a física cuántica que a mi realidad, y es que siendo la primera vez que iba a correr un maratón, sólo tenía en mente una cosa: acabar.
Pero mis entrenamientos eran caóticos, aglutinaba en 4 días (jueves, viernes, sábado y domingo) todo el trabajo de la semana. No era lo adecuado, Redolat me reñía, pero no podía hacer otra cosa, muchas obligaciones… Eso sí, igual que los más católicos acuden a misa los domingos, yo acudía los sábados, con la misma rigurosidad cristiana a mi cita con «El Largo», el rodaje de más de 20 kilómetros para preparar a la musculatura para el gran día. En alguno de ellos lo pasé peor y en otros mejor, pero ahí estaba como un fiel ante mi cita semanal, y creo que ahí reside el secreto de una gran preparación para el maratón.
Las semanas transcurrieron con más normalidad de la que yo esperaba, hasta plantarnos en la semana de la prueba. Esa semana la llevé con ciertos nervios, pocos entrenamientos, y más pendiente de la alimentación, comprar los geles, dormir bien, recoger el dorsal…
Al final, ahí estaba yo, el domingo 17 de noviembre a las 9:00, en la línea de salida. Sin molestias previas, sin problemas… todo había ido de maravilla, «sólo» faltaba aguantar los 42195 metros, ¡que no son pocos!
Comencé con frialdad y salí con dos compañeros de equipo,. Teníamos la idea de ir juntos toda la prueba, a un ritmo entre 5:10 y 5.15 min/km. Los kilómetros iban pasando y las sensaciones eran fantásticas, parecía que íbamos andando. Al llegar al km 8 aproximadamente empecé a notar unas molestias en la rodilla izquierda (creo que sería miedo, porque después desaparecieron y nunca supe nada más de ellas).
Allá por el km 10 empezaron los problemas «logísticos». De tanto beber las horas antes para no deshidratarme me dieron ganas de ir al baño; quise aguantar, pero al final en el km 18 decidí hacer una parada técnica de unos 40 segundos, y en menos de 2 km recuperé el ritmo con mis compañeros. Estas cosas pasan, pero como no somos profesionales, una paradita y a seguir.
Al paso por la media maratón, el ritmo era bueno, según lo marcado, todo marchaba de maravilla. Seguíamos juntos, nos tomábamos nuestros geles, plátanos y bebíamos en los avituallamientos, el plan marchaba de maravilla. En el km 28 hablamos que lo bueno iba a empezar ahí, ya que ninguno de los tres había corrido nunca más de 30 kilómetros seguidos, así que cada metro que diéramos a partir de ese momento sería un récord personal.
Así que llegó el 30 y ahí empezó nuestro maratón, a partir de donde dicen que está el famoso «muro«. Y justo fue en el km 30 donde empezamos a hacer «la goma». Uno de mis compañeros iba mejor que nosotros así que era él quien marcaba el ritmo; nosotros sufríamos por aguantar, nos descolgábamos y enganchábamos. Estuvimos así hasta el 35 o 36, donde yo me quedé en medio de los dos y los kilómetros, en vez de hacerlos en 5:10-5:15, que era el ritmo establecido, empezaron a caer a 5:17-5:20. No es mucha diferencia, pero lo justo para que se abriera un pequeño hueco.
El ritmo lo conseguía mantener dentro de nuestro margen, pero en el km 33 todo cambió, empezó «lo duro», me choqué con el muro. Cada zancada que daba, se notaba un dolor intenso por las piernas, una especie de agujetas que hasta entonces nunca había sentido, un dolor intenso en cada apoyo. Había que mantenerse concentrado, las piernas sufrían y mi cabeza decía: «aguanta, no fuerces más de la cuenta no vayas a lesionarte… o a tener rampas… ¡no te pares!». Curioso todo esto porque, a nivel cardiovascular, iba de maravilla (así lo decía el pulsómetro) y podía hablar y respirar sin ningún problema. Pero no se trata sólo de eso, sino de que la musculatura tiene que estar preparada para tantas horas de impacto.
A partir del km 37 comencé a descontar kilómetros con la cabeza, me decía a mi mismo: «¡venga uno más vamos a por este km y nos lo quitamos, sólo quedan 5!» Mi mayor temor era tener que parar por problemas musculares, no me veía bien, pensaba que si tenía que parar no volvería a iniciar la marcha, así que lo importante era gestionar el dolor de piernas y no forzar para no tener que ponerme a andar. Durante esos últimos 5 km lo pasé mal, vi a muchos compañeros de carrera pararse a andar, otros en el suelo estirando y otros tantos incluso vomitando. Parece duro cuando lo cuentas, pero así es como lo viví desde dentro de la carrera.
Al final de la calle Colón, cuando faltaban poco más de 2 kilómetros, vi cómo un atleta tenía que parar por los calambres y eso me hizo pensar y decidir no forzar ni lo más mínimo mis piernas, seguir ahí, aguantando el dolor, pero no arriesgarme a tener que abandonar. En el km 40 estaban todos mis compañeros de equipo (Redolat Team) que no habían participado, entrenador incluido. Fue un aliento que no se puede olvidar, cuando las estás pasando «putas» se agradece hasta límites que no se pueden explicar con palabras los ánimos que te dan en ese momento.
Y desde el km 40 hasta meta el público te empuja, haciéndote un pasillo como si en una subida de alta montaña del Tour estuviéramos. Luego ves fotos y no es para tanto, pero cuando estás dentro lo vives así. Me recordaba a las imágenes de televisión que vemos cuando retrasmiten las etapas de montaña del Tour y de la Vuelta a España en los Pirineos.
Ya en el viejo cauce del Río Turia, quedaban por recorrer menos de 1000 metros y había que aguantar fríamente, nada de cambiar, de hacer un sprint, un último esfuerzo. Debíamos mantenernos ahí, no podíamos fastidiarlo todo por ser impacientes 1000 metros, porque si la musculatura reventaba, se acababa todo. Sin más problemas crucé la meta. Para los más curiosos, el tiempo real registrado fue de 3h39:14, y sólo perdí 35 segundos entre la primera media y la segunda, curioso porque la segunda lo pasé mucho peor. Según los «físicos cuánticos» debería haber arriesgado más, pero para mí es más que suficiente.
Si echara la vista atrás, trataría de corregir una serie de detalles durante los tres meses que duró esta experiencia:
- Intentaría corregir la distribución semanal de los entrenamientos y no aglutinarlo todo en 4 días.
- No dejar para última hora el tema de los geles… tuve que andar recorriendo tiendas el sábado previo a las 8 de la tarde y ya casi pensé que tendría que cambiar de marca el día de la prueba, cosa no aconsejable porque no sabes cómo te puede sentar.
- Debí hacer mi parada técnica en cuanto noté ganas de ir al baño y no alargar esos 9-10 km que fueron algo incómodos para, al final, terminar parando igual.
- Me di cuenta de la importancia de meter series para preparar el maratón. Por miedo a lesionarme no metí ni una sola serie, pero es algo que eché en falta el día de la carrera.
Pero bueno, ahora que ha pasado un mes, fue una experiencia muy bonita, inolvidable, más bien. Ahora guardo mi medalla de finisher y mi dorsal en el salón de casa. ¿Correré otro maratón? No lo sé, lo que sí sé es que al menos ya he hecho uno…
Yo estoy mas o menos como tu, pero mi muro empezó en el km 35, que interminables fueron esos 7km, tal como tu dices más por el dolor en las piernas que por el cansancio. Yo además corrí con una ampolla en la planta del pié derecho desde el km 28 y por eso forcé el apoyo en el pié izquierdo y me lo lesioné (la lesión la noté al día siguiente de terminar el maratón), hoy ha sido el primer día que he salido a caminar/trotar (15′) desde entonces y todavía lo siento un poco regular.
Los últimos km pensaba que seria el primer y último maratón, pero pensándolo en frío ya empiezo a plantearme el prepararlo de nuevo al año que viene. jejeje
Bravo a los dos!!!
Y gracias por los relatos!!!