Una verruga plantar o papiloma es una lesión dermatológica de origen vírico provocada por el virus papilomavirus (VPH). Se caracterizan por la aparición de una lesión en forma de «coliflor» con puntitos negros, que no son más que los vasos sanguíneos de los que se alimenta dicha tumoración benigna, que se rompen por la presión al caminar. Esos puntos negros, a veces, llevan a la confusión haciendo creer que nos hemos clavado algo, actuando de forma contraria a la que se debería: raspar, hurgar, con la idea de sacar el elemento; pero no conseguimos nada, sólo hacer proliferar, tanto en número como en superficie, la lesión.
Hay distintas formas de lesión: verrugas en mosaico, verruga principal rodeada de las «lesiones satélite» en base a la familia de VPH… pero en definitiva el tratamiento es el mismo: cáusticos. El papiloma suele ser un indicio de que el sistema inmunológico, bien por enfermedad o por estrés, ha tenido una bajada puntual en la actividad, es decir, lo que popularmente llamamos «bajón de defensas».
Cuando un atleta acude a la consulta y comenta que le ha salido un callo, lo primero que tenemos que hacerle entender es que las durezas, en sus distintas morfologías a nivel plantar, aparecen por alteraciones patomecánicas o estructurales y que, normalmente, no aparecen de forma espontánea. Así pues, no solemos estar delante de una lesión de sobrecarga, como helomas, sino más bien ante una lesión vírica. Diferenciarlo es sencillo: el heloma o lesión dérmica por sobrecarga, una lesión en forma de grano de arroz con mucha densidad, duele al presionar y no presenta los puntitos negros de los que hablaba. En cambio, el papiloma duele también a la presión pero, especialmente, al pellizcarlo, provocando un dolor realmente agudo. En adultos está muy relacionado con el sistema emocional y su consiguiente reflejo en el sistema inmunológico, y en los niños, a causa de la inmadurez del sistema inmunológico propia de la edad. Desgraciadamente, el estrés infantil también empieza a aparecer como variable a tener en cuenta.
Los atletas, a causa del entrenamiento, mala alimentación o mala gestión de los descansos, entran en una situación de estrés de forma que, al entrar en contacto con el virus (en piscinas, duchas…), pueden desarrollar la lesión. Es muy contagiosa, así que no lo toquéis. Lo mejor es ir directamente al podólogo para evitar la cronificación y evolución de la lesión.
Tratamiento
Estamos ante una lesión de naturaleza vírica, así que es delicada. Es una lesión que no solo crece en superficie, sino que crece en profundidad, de forma que al verla solo vemos una parte, como pasa con un iceberg. El tratamiento de elección es un cáustico, es decir, una sustancia que degrada y quema materia orgánica y, teniendo en cuenta que crece en profundidad, necesitamos una sustancia agresiva que, evidentemente, sólo debe estar en manos del especialista.
No se deben usar callicidas, y los sprays de frío son insuficientes para eliminar el tejido infectado ya que estaríamos erosionando la lesión, en vez de eliminarla. Normalmente se usan ácidos tales como mono-tricloracético, nítrico o cantaridina a modo de quemadura controlada. La evolución suele ser satisfactoria.
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